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Dulce de membrillo casero perfecto |
El membrillo es un fruto que se obtiene del árbol membrillero. Un árbol fuerte y robusto que da sus frutos para finales de verano, principios de otoño.
El membrillero es un árbol procedente del oeste de Asia, de la zona caucásica, y se viene cultivando desde muy antiguo en zonas cálidas. Llegó a España a través de Grecia e Italia, donde era muy estimado, para posteriormente exportarse a América.
Los membrillos no son comestibles tal cual. Son duros y ásperos, en forma de pera, grandes y de color amarillo pálido. Tienen una piel fina que los recubre y unas semillas pequeñas en su interior.
Los membrillos cocinados nos dan una delicia para nuestros paladares: el dulce de membrillo. Una receta antigua, tradicional, fácil y riquísima.
Desde tiempos antiguos hasta nuestros días, una elaboración de tradición monacal que también podemos preparar en casa sin muchos quebraderos de cabeza. Por su facilidad de elaboración y sus sencillos ingredientes, el dulce de membrillo es un postre que podremos hacer nosotros mismos y que al probarlo nos llevará al cielo.
Aquí podéis ver mi membrillero. Es un árbol muy joven, solo tiene dos años. Pero ya se ve que pinta un árbol fuerte y alto. Sus flores son blancas-rosáceas. Podéis ver como va florenciendo y dando su fruto este año. A mi marido y a mí nos gusta tener árboles frutales. Es excelente poder recoger tu propia cosecha y disponer de alimentos de calidad en plena temporada.
La receta del dulce de membrillo casero para que os salga perfecto
Ingredientes:
1 kg de membrillos sin piel ni pepitas
1 kg de azúcar blanco
el zumo de un limón
Pasos a seguir:
Para preparar membrillo casero, lo que haremos será cocerlos previamente en agua.
Su cocción va a depender del tamaño. Lo ideal es cocer al mismo tiempo membrillos con un tamaño similar. No hace falta pelarlos antes. Podemos cocerlos enteros y quitarles la piel y el corazón posteriormente.
O bien, si los membrillos son muy diferentes en tamaño podemos pelarlos antes y trocearlos para cocerlos más rápidamente.
En mi caso los he puesto enteros y han tardado aproximadamente una hora en estar tiernos. Los he dejado enfriar y posteriormente he procedido a quitarles la piel y las semillas de su interior. Los he cortado en trozos y dejado escurrir para que soltaran todo el agua.
Una vez hayamos hecho esto, procederemos a pesarlos.
En una olla o cazuela introducimos el membrillo en trozos junto con el mismo peso en azúcar y el zumo de un limón. A mí me salió un kilo más o menos. Así pues, agregué un kilo de azúcar blanco.
A fuego suave vamos dejando que el membrillo se cueza y reduzca, que se ponga moreno y espese. No debéis de tener prisa en el proceso, pues es lento. Pero el secreto reside en ello. El membrillo necesita perder todo el agua posible y reducir hasta que observemos que al dejar la cuchara de palo en medio, ésta se queda de pie, sin caer.
Este será el punto que nos indicará que el membrillo está perfecto. Si no lo dejamos cocer y reducir el tiempo suficiente, lo que va a suceder es que a la hora de desmoldarlo y comerlo estará demasiado tierno y no se podrá cortar.
Para su conservación podemos utilizar un tuper. Lo forramos de papel de horno y vertemos la confitura de membrillo que hemos obtenido. Cubrimos la superficie con film, de manera que toque el membrillo y no deje entrar el aire. Después tapamos y dejamos enfriar en el frigorífico por dos días completos. He optado por el papel de horno para poder desmoldarlo mejor.
El resultado es el que véis. Un membrillo perfecto, suave y brillante. Fácil de cortar y de servir.
Al llevar tanto azúcar, más el zumo de limón, estamos ayudando a su conservación. Podemos tenerlo guardado durante mucho tiempo en la nevera y abrirlo y consumirlo tantas veces como queramos. Nos va a aguantar perfectamente durante meses.
Podemos comerlo solo, acompañado de unas tostadas, galletas, o con queso fresco. De esta manera queda ideal. Podéis hacer unos canapés de queso y membrillo como entrante navideño, por ejemplo. Os quedarán geniales.
Curiosidad sobre el membrillo:
En Grecia, los membrillos estaban consagrados a Afrodita, la diosa del amor. El membrillo era símbolo de amor y fecundidad, y los recién casados debían comer uno antes de entrar en la habitación nupcial.
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